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no podía conformarse a que no estuviera viviendo con ella, pero

cuando tuvo el teléfono móvil se le acabó su propia lluvia. “Yo digo si

mi hija y mi nieta están lejos, ahora las tengo acá al frente, gracias

al celular. Es algo que jamás en la vida podíamos tener, un regalo

así. Nosotros ahora estamos bien, porque nos comunicamos. Por

lejos que esté nuestra familia ya sabemos cómo están”.

Claro que ahora lo puede contar sin emocionarse. Antes no. “Cuando

ella se fue yo la llamaba por teléfono todos los días y me ponía a

llorar. Para uno como madre, es triste, es desesperante, porque uno

piensa que nunca va a llegar ese momento en que los hijos se van

y cuando llega caramba que es triste”.

“en Caleta

somos de

distinto

apellido,

pero

somos una

familia, una

hermandad”

“Yo le digo a mi esposo que no

nos vayamos a morir antes que

estemos chateando”.

El celular también le ha dado una nueva oportunidad de trabajo,

porque la llaman y coordina los almuerzos que tiene que hacer

para los salmoneros que trabajan en las zonas aledañas y que

viajan a Caleta Andrade. “Yo entiendo que con la comunicación uno

no está solo. La comunicación es una persona más. Es algo muy

importante en la isla, ojalá que nunca se pierda”.

Su pequeño nieto no la suelta. Que una leche, que unas galletas,

que dónde está mi pelota, abuela. A Rosalba se le ilumina la cara.

“Este niño ya sabe ocupar internet y ése va a ser mi desafío. Voy a

hacer un curso de computación para comprarme un computador.

Me encantaría tenerlo, porque tengo amigos en Valparaíso con los

que quiero chatear. Yo le digo a mi esposo que no nos vayamos

a morir antes que estemos chateando”, dice, como una sentencia

para una historia que ella misma se ha empeñado en que, por fin,

tenga un final y más encima feliz.