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porque Margarita habla en plural, por el resto de las chicas
–Margarita Navarro, Leontina Navarro, Odilia Triviño y, claro, por
ella misma–, la orquesta que dirige en un espacio de dos por tres,
techos bajos, calor inaguantable, donde cada mañana se toman el
pelo –real y figurativo– y se cuelgan los delantales que delatarán
a mediodía el rigor del compromiso en la medida directamente
proporcional a la cantidad de manchas que contengan.
Hablar del comienzo, de ese 2010, es volver a los días duros. Antes
siquiera de pensar en la plata que necesitaban para emprender, el
paso más complejo para tomar la decisión fue intentar convencer
a sus maridos. Con los celos disfrazados de indolencia, ellos les
pusieron las condiciones mínimas para empezar a conversar: que
dejaran la comida lista y que no llegaran tarde.
Leontina la tenía cuesta arriba, porque a falta de pareja, era un papá
viejo y enfermo el que, de haber podido, le habría puesto el grito en
el cielo. Margarita ahora se ríe: “La tía Leontina tenía que cuidar a
su papá, que al final la necesitaba más que un marido, porque al
marido uno lo deja y se busca otro, pero a un papá no, porque el
papá es uno solo”.
Pensándolo bien, el acuerdo no era algo tan difícil de cumplir. Eso
de dejar hecha la comida es una costumbre de todos los días en
Chaihuín, pueblo maderero y pescador, que a pesar de estar a
apenas 30 kilómetros al sur de Corral (y a una hora de Valdivia,
transbordador mediante), de tener camino pavimentado, internet
y celular, no ha podido sacudirse de sus aires machistas. Pero
además, en Chaihuín, pueblo chico, es imposible llegar tarde a
algún lado. De extremo a extremo, el camino que le da el nombre
y que va bordeando los abrazos indecisos entre el río y el mar que
desemboca en sus aguas se recorre en pocos pasos.
Con comida hecha y con mujer en casa con luz de día, los hombres
aceptaron el acuerdo. Lo que terminó por persuadirlos, eso sí,
fue el mismo argumento irrebatible que también a ellas les había