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Como un milagro a medio terminar, el primer teléfono público lo
instalaron en su casa. Lo atendía su hija, todo el día, y le entregaba
los mensajes a todo el pueblo. En las madrugadas, si había alguna
noticia, abría la ventana que daba hacia la casa de los Hueichatureo
y con un grito hacía que el menor de la familia vecina repartiera los
recados por la caleta a cambio de unas monedas.
Pero el esfuerzo no era suficiente.
Rosalba tiene lentes, pero no quiere mirar hacia adelante. Aunque
acaba de recibir su título de dominio para su casa y la huerta que
levantó en el patio ya está dando sus frutos, teme que su vejez
sea gris. Como las viejas teleseries, le encantaría que el final de
esta historia se perdiera en una cinta que jamás llegó. Han sido
demasiados años de trabajo sin imposiciones y la diabetes está
ganando terreno en sus ojos.
Lo que lamantiene feliz son dos razones. Una es un pequeño huracán
de cinco años que recorre la casa gritando
abuelabuelabuela
, como
si fuera una sirena. Su nieto la ilumina.
Lo otro es la conectividad, que llegó hace tres años, aunque para
Rosalba ese día sigue siendo hoy.
Ya entonces su hija vivía en Puerto Varas, donde se había mudado
con otra nieta para que terminara la enseñanza media. Rosalba
La ronda médica
viene todos los
meses, pero siempre
nos atienden
doctores distintos.
Antes existía una radio a pilas
donde se escuchaba el barco de
pasajeros y nada más.