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sabía que eso aquí, en este pueblo abandonado, estaba sucediendo.

No había forma de comunicarse, ni mandar un mensaje por la

averiada radio de la posta o por el telégrafo. Entonces, Antonio

agarró su caballo y partió, sin tener muy claro hacia dónde ni para

qué. Sólo un vecino lo acompañó y enfilaron por el camino de cerros

y acantilados que conducían hacia Puerto Sánchez, intentando que

en el pueblo minero se pudieran comunicar con las autoridades

para, primero, saber qué estaba pasando y, luego, para que los

vinieran a ayudar.

Cabalgaron toda la tarde y toda la noche hasta que, al amanecer,

llegaron hasta la mina, el único lugar en la zona que contaba con

radio. Así pudieron avisarle a Carabineros y a la capitanía del puerto

lo que ocurría a tan sólo unos cuantos kilómetros de ahí. Ya en ese

tiempo, Antonio perdía la sonrisa fácil cuando sentía el aislamiento:

“Parecía que estábamos tan cerca, pero en realidad estábamos

lejos, muy lejos”.

Antonio está registrado en

ChileCompras y ahora puede

optar a diversos negocios.

“Para mí, la

conectividad es

poder hablar lo que

antes sólo se decía

por carta”.

las tierras de su familia, Antonio pudo comprarse un terreno en el

que pensaba criar a sus animales. Con la plata ya en la mano, el

vendedor le tomó el hombro y le dijo que no se hiciera ilusiones,

porque en ese campo abrupto y escarpado no le iba a dar para

tener más de diez cabezas de ganado. Por supuesto que no le hizo

caso. Por diez años, mientras mantenía animales ajenos (“no me

alcanzaba ni para comprar un ternero”), fue limpiando los paños

hasta que logró no sólo comprar sus propios animales sino que

criar hasta 70 ejemplares a la vez.

Terco. Brígida no tarda ni tiene reparos para definir a su marido.

Y en esa porfía, ella lo ha acompañado con más entusiasmo que

resignación. Ella misma sabía que a su marido no le importaba que

le dijeran que algo no se podía. Por el contrario, eso le despertaba

todas las ganas de intentarlo.

Por eso, a Antonio no le venían con que la geografía, el clima o las

distancias marcaban el destino de la zona y la hacía infranqueable.

Había que hacer algo, sobre todo después de lo que el pueblo vivió

en 1977.

El maremoto cayó desde el cielo. En marzo de ese año, un invierno

demasiado anticipado azotó el pueblo viejo con una tormenta que

se desató día y noche por más de una semana. La situación llegó

al extremo la tarde en que el río Engaño se desbordó furioso y no

perdonó nada de lo que estuviera a su lado.

Como pudieron, los pobladores escaparon hacia los cerros. La lluvia

seguía, el río estaba cada vez más crecido y nadie, en ningún lugar,