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el tráfico
semanal
de datos
en Puerto
Aguirre
equivale a
248
días
de videos
Berna y Checho tienen dos hijos. El mayor, César, de 20 años, trabaja
en una salmonera y sagradamente llama cada tarde a su madre
antes de embarcarse para saber qué va a haber de comida. Hay
veces en que pasa varios días sin poder volver, por trabajo o por el
clima. Entonces, cuando regresa, Berna le tiene su plato predilecto:
bistec a lo pobre cubierto con mayonesa, servido junto a un enorme
vaso de jugo y la tele encendida.
A ella le gusta atenderlo, igual que a su hijo menor que pasa las
tardes más lluviosas conectado a las redes sociales sin moverse
del sofá. También a ella le gusta agasajar a cada pasajero que llega
a su pensión. Intruseando en internet, logró ganarse unos fondos
para mejorar su hospedaje, cambiando las camas y los colchones.
Ahora está empeñada en conseguir nuevos recursos para renovar
las habitaciones y darle un uso más útil al espacio del patio donde
ha ido acumulando cachureos.
“Acá va a llegar el turismo con fuerza –dice–, porque van a construir
un club de yates y, en la parte norte de la isla, hacia el sector de
El Barrio, van a hacer un muelle”. Cuando deje la escuela, Checho
también tiene planeado meterse en el tema. No le cabe en su cabeza
canosa que los turistas que cada domingo (si el tiempo lo permite)
desembarcan del crucero Skorpios apenas se queden unas horas
recorriendo el pueblo, guiados espontáneamente por un puñado de
niños de Aguirre a cambio de útiles escolares o de un chocolate.
A Berna le preocupa que el forastero no se quede y para eso está
buscando la plata para mejorar su negocio, “porque la que tenemos
apenas nos alcanza para apagar incendios”.
La frase le sale espontánea. En la pared bajo la escalera que lleva a
las piezas hay un trajedebombero y algunas herramientas. Entonces,
Berna se acuerda de esa noche hace ya veinte años, se vuelve a ver
entre los escombros en la noche más oscura y de haberle dicho a
Checho que ya había decidido convertirse en voluntaria.