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El promedio de lluvias es
implacable: 2.961 milímetros de
precipitaciones por temporada.
Los tres poblados
de la isla son Puerto
Aguirre, Estero Copa
y Caleta Andrade.
Ha sido el clima y el aislamiento los que han logrado unir al pueblo
de no más de 1.800 habitantes, repartidos en la cara sur de la isla,
entre los tres kilómetros que comunican Caleta Andrade, en una
punta, con Puerto Aguirre, en la otra, pasando por el villorrio de
Estero Copa, justo al medio.
Hasta antes de la llegada de la conectividad, sólo la voluntad del
pueblo permitía que los problemas a veces no se convirtieran
en tragedia. Sin posibilidad de comunicar una emergencia hacia
el continente, los enfermos simples se agravaban, los graves
se morían y los muertos terminaban enterrados en el islote de
enfrente que se convirtió espontáneamente en cementerio.
Por eso, cuando se instaló la antena que les permite tener telefonía
celular, el cambio fue brutal. En la barra del Diosas, el bar donde
cada noche se olvida que cada uno es cada cual, marineros,
pobladores, pescadores y turistas conversan a sumodo. El “Zapallo”,
un mariscador nacido en Aguirre, brinda en solitario porque su hijo
menor por fin terminó la enseñanza básica en la escuela del pueblo
y, como todos los muchachos, deberá seguir estudiando en Aysén,
alojado en alguna de las residencias familiares que se promocionan
en los negocios del pueblo.
“Antes uno lo dejaba y se ponía a llorar altiro, porque no había
manera de saber cómo estaba, si se estaba acostumbrando”, dice.
Lo común era una carta, que demoraba un mes en llegar y otro en
obtener respuesta. Si era algo urgente, existía el telegrama, pero
era carísimo y había que esperar a que fuera de día para ir al correo.
“Ahora nos llamamos, por cualquier cosa”, dice. Y es cierto. Esa
misma semana le sonó el celular. Era su hijo. Estaba en el centro
de Aysén, en el supermercado. Quería comprar queso. Mucha gente
estaba agolpada en la vitrina de la fiambrería y no sabía qué hacer.
- ¿Sacaste número?, le preguntó el papá.
- ¿Cómo?
- Anda al mesón y pide un papelito con un número.
- Silencio.
- Ya, me lo pasaron.
- ¿Cuál tienes?
- El 91.
- ¿En cuál van?
- En el 90.
- Ya. Te va a tocar entonces.
Se escuchó que llamaban al 91. Se escuchó que le pesaron
y le pasaron un cuarto de queso. Se escuchó que el hijo estaba
nerviosamente feliz y agradecido.
- Viejo, me salvaste.
Y el “Zapallo” sintió en su oreja que su hijo había crecido de un tirón.