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¡Checho,

hay que

sacar el

bote!

el pueblo: el de la pensión de don Beña, el de la casa del ahora

diputado Iván Fuentes, el del vecino que dejó el gas encendido, el de

la casa donde murió un abuelo con su nieto…

No se olvida que, después de todo, el humo es lo último que se va.

Esa vez, caminó hasta los pies de la casa donde se había iniciado

todo. Se metió entre los esqueletos de las paredes aún quemadas,

aún mojadas, y se fijó que lo único que se seguía moviendo en la

penumbra era, precisamente, el humo.

Entonces lo decidió.

No alcanzó a llegar donde Checho, que ya tenía el bote listo para

volver a casa. Le gritó desde los escombros. “¡Checho, ven. Necesito

decirte algo!”

En Puerto Aguirre no hay una sola certeza. Como suele ocurrir

con las islas, la vida en esta zona del archipiélago de las Huichas

está inevitablemente amarrada a una serie de hilos que maneja

el destino. Uno de estos hilos es el acceso: llegar implica haber

zigzagueado un día entero a través de los canales más estrechos

y traicioneros de Chile o bien haber navegado cuatro horas en el

transbordador que cruza desde Puerto Chacabuco, en la región

de Aysén.

Otro hilo es el clima: aquí dicen que llueve ocho días a la semana

y el promedio, implacable, lo corrobora: 2.961 milímetros de

precipitaciones por temporada que, además de correr calles

abajo por el cerro donde el ex Presidente Pedro Aguirre Cerda

fundó el pueblo en los años cuarenta, provoca que sea imposible

saber si llegarán las embarcaciones con alimentos, medicinas,

combustibles y con el agua para llenar el carro bomba en caso de

una emergencia.