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Con la comunicación, todo en mi
vida terminó por arreglarse.
Los pescadores del
sindicato programan
las entregas a la
ciudad a través
del celular.
servía ir a la escuela. “No aprendí nada de nada. Apenas pude leer
y sacar cuentas, pero a esa edad supe que lo mío también estaba
en la madera”.
Sin que nadie le enseñara, le dio por construir botes. “Los miro y
sé que puedo hacerlos”, dice. Con esas mismas manos es capaz
de reparar motores, diseñar muebles de cocina e incluso pulir
madera para construir viviendas. En el patio de su casa, desde
donde apenas tiene que estirar el cuello para saber cómo va a
estar la mar, levantó un pequeño taller donde trabaja en los largos
días malos en que pescar es imposible: “Y me funciona. No me
quejo, porque no todos mis compañeros tienen la misma suerte.
Antes vendíamos un metro de leña, pero ahora está prohibido,
porque no podemos cortar el bosque nativo. Entonces, había
que ingeniárselas”.
Su fama con la madera ha cruzado los ríos. Ahora lo llaman a su
celular para pedirle diseños especiales. En esos días, la familia
entera trabaja en el encargo. Afuera, las olas pueden estar
enfurecidas, pero Iván no se queda con los brazos cruzados.
“Me siento afortunado, porque antes dábamos bote. Podíamos
estar eternamente esperando que la mar se calmara, primero,
y que luego pudiéramos hacer el negocio, pero ni así teníamos
la seguridad de poder lograrlo. Ahora si la pesca va mal, puedo
moverme con los muebles y darle comida a mis hijos. Doy gracias a
Dios, porque ahora estoy bien. Con la comunicación, todo en mi vida
terminó por arreglarse”.