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lo que viene
ahora, en
este lento
amor con la
conectividad,
ella lo tiene
clarísimo
el hotel a un costado de la playa larga de Bucalemu y no pasó
mucho tiempo para que quienes cabalgaban las tres horas que los
separaban de Paredones eligieran esta casona de largos corredores
para alojarse.
Amanda jamás pensó en encargarse del hotel, que tras la muerte
de su fundador había quedado en manos de su madre. Ella quería
ser profesora de Música, pero en el examen que dio ante las
monjas de la Escuela Normal Santa Teresa, en Santiago, le fue mal.
Literalmente, le dijeron que no tenía dedos para el piano. Se casó,
enviudó y cuando empezaba a pensar qué seguiría haciendo con
su vida, le avisaron desde Bucalemu que el alzheimer no le estaba
dando tregua a su madre. Como hija única, debía asumir el control
del negocio. Así, de repente, y sin saber nada de hotelería.
De eso ya han pasado casi 25 años. Pero más que el orgullo de haber
sacado adelante la tarea familiar, lo que le sigue impresionando es
su habilidad para desarrollar negocios en la zona. Dos años después
de asumir como gerenta del “Rocha”, formó la Cámara de Turismo
de Bucalemu, un organismo que, entre otros méritos, influyó ante
las autoridades para que se pavimentara el camino que une al
pueblo con Pichilemu, el mismo que no se decide si adentrarse en
los bosques o meterse de lleno en el mar.
Amanda acaba de dejar la presidencia de la Cámara. Dice estar
cansada, pero aún se emociona enumerando los proyectos que han
logrado concretar gracias a las postulaciones a diversos fondos
públicos. “Aunque le tenga algo de temor, internet nos ha ayudado
mucho para promover nuestro pueblo”, cuenta.
Claro que su cansancio es relativo. Cuando está a solas revisa en
qué fondo puede postular sus ideas. En su cuaderno tiene anotada,
por ejemplo, la nueva versión del Festival del Adulto Joven de
Bucalemu que pretende organizar y que “es grito y plata” en el
balneario. “La música me mueve –dice–, aunque las monjas piensen
lo contrario”.