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en Huape,
en una
semana se
descargan
casi
48
GB,
lo que
equivale a
73
días de
videos
que cabalgar por los cerros o esperar un día bueno para meterse
en bote y remar cuatro horas hasta el pueblo”.
Llegar a Corral no les aseguraba nada. Había que embarcarse con
la carga en el transbordador a Valdivia y cruzar los dedos para que
alguien estuviera esperando el pedido como, días antes, lo habían
acordado. Pero no había teléfono, ni manera de comunicarse
previamente para confirmar el viaje ni para advertir por un atraso.
Nada. Claro, porque en Huape vivían incomunicados.
La memoria de esos dedos perdió la cuenta de las veces en que la
mercadería quedó inservible, porque el cliente simplemente nunca
apareció. Fueron muchas las jornadas en que, después de toda una
noche internándose en bote tres horas hacia el sur para pescar,
al regreso los hombres apenas se sacaban el traje para subirse
a la camioneta y viajar hasta Corral para tomar el transbordador.
Después de toda una mañana, atracaban en Valdivia con los
cargamentos de locos, congrios y jaibas, que pesaban tanto como
el saco de ilusiones que llevaban sobre los hombros. Vender todo
eso significaba pan, leche y zapatos de colegio para los hijos. Pero
el comprador no estaba. “Había que devolverse con las cosas para
Huape. Muchas se echaban a perder en el camino. La pesca que
tanto nos había costado conseguir no servía de nada”, recuerda.
Algunos lloraban, impotentes, bajo la lluvia, para que nadie
se enterara.
El sol a Huape llegó también en un día de lluvia. Fue hace un par de
años cuando la antena que se instaló junto a la escuela comenzó a
funcionar para darle internet y conectividad a los teléfonos móviles
de este poblado de no más de 300 personas. Ese día, en que la
tormenta corría por la calle de tierra como arrancando de sí misma,
Iván Garrido tenía que llevar el fruto de su pesca a Valdivia. Casi
lo hizo a ciegas, como de costumbre, pero entonces se acordó del
celular viejo que le habían regalado y llamó para saber si lo estaban