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“A veces hemos terminado a las once de la noche. Algunos pasajeros
no quieren regresar montando y se bajan de la mula. Les digo que
por último los voy tirando desde el caballo, pero tampoco quieren.
Entonces, me pongo chúcaro y les digo que yo soy responsable de
la gente que anda a caballo y no del gil que baja caminando. Al final,
me piden disculpas, porque entienden que lo hago por seguridad”.
Eso le ha valido acumular horas de viaje sin accidentes. La hoja
estaría prácticamente limpia, de no ser por una equivocación que
cometió hace unos años. Una sola. Pero fatal.
“Esa vez, caí en el mismo error de otros arrieros. Por querer ahorrar,
en lugar de llevar el material en más de tres animales, sobrecargué
una mula. Íbamos rebién, subiendo despacio, pero en una vuelta, se
me rodó. Por puro ir muy cargada”, recuerda.
A Manuel no se le olvida, la sigue viendo por donde se le quedan
pegados los ojos mientras cuenta la historia. Era uno de sus
animales favoritos. “Se resbaló y rodó como un neumático, ladera
abajo. Se reventó altiro y la sangre saltó para todos lados. Después
no la vi más. Es triste ver su animal así, porque ellos me ayudan en
todo, porque se podría haber evitado. Y quedé con esa cuestión. Yo
no debería haber hecho el trabajo, porque no era para tres mulas
sino para muchas más”.
La lección no la ha olvidado. Como tampoco olvida cobrar más si
es por asegurar a su piño. Ahora es capaz de subir otras cosas
imposibles, como los fierros de las torres, que miden tres metros,
o las antenas parabólicas, de un metro 40 de diámetro, siempre y
cuando le respeten la carga que él decide.
Esa fama ha hecho que, a sus 46 años, Manuel Aracena se dedique
exclusivamente al acarreo de material para distintas empresas.
A él, la llegada de la conectividad en la zona, le significó hacerse
conocido. “Me facilitó la pega, porque si presto un buen servicio, me
recomiendan. Me contactan desde distintos lados, por lo que me ha
servido para los demás trabajos. La gente antes llegaba por dato.
Ahora me llaman”.
Desde entonces, y a veces seis días a la semana, debe subir a algún
cerro para llevar gente, materiales o para hacer mantención. A lomo
de mula, recorre Ovalle, Guanaqueros, La Higuera, Río Hurtado y
Pisco Elqui.
Lo que lo enloquece son las laderas más imposibles: “Mientras más
empinado sea el cerro, más ganas me dan de subir. Cuando uno
llega allá bien arriba, miro pa’abajo y veo todo tan, tan chiquitito
que siempre me digo que no somos nada, maestro, nada, y que sin
embargo, si queremos, podemos hacerlo todo”.
3
horas
tarda
Manuel en
subir al
cerro Las
Mollacas
“Mis mulas no cosquillean. Les
puedo subir un viejo tocando la
batería y no se van a asustar”.