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las
antenas
están a
2.600
metros de
altura
No pasó mucho tiempo para que les dieran el nombre. El arriero
que buscaban se llamaba Manuel Aracena.
Encontrarlo fue más sencillo que convencerlo. Frente al patio de
su casa, como una prolongación, el cerro Las Mollacas pareciera
que se viene encima. Manuel lo conocía y por eso les dijo a los
técnicos que las cosas o se hacían a su manera o mejor se
buscaran a otro arriero. Les exigió que cada vez que quisieran subir
partirían a las ocho de la mañana, en punto, para así llegar a la
cima antes del mediodía. Después, el calor y la falta de oxígeno se
hacen insoportables.
Cuando aceptó la misión, los técnicos quedaron asombrados.
Tirando líneas en el aire, Manuel determinaba la cantidad de arrieros
que lo acompañarían en relación a los animales que debían subir,
distribuía las misiones de cada hombre y elegía a las mulas y los
perros indispensables para el trabajo específico de ese día.
Una vez establecida la estrategia, Manuel se paraba detrás de cada
animal mientras estaba siendo cargado. Y otra vez funcionaba la
balanza en su cabeza, esta vez para que la mula tuviese el equilibrio
perfecto que le permitiese hacer camino donde la ladera es un
precipicio que no admite equivocaciones.
En un comienzo, Manuel fue subiendo cargas pequeñas, gente
encargada de montaje y elementos de mantención. Pero con
el tiempo, los técnicos decidieron llevar partes más pesadas,
que incluso en un momento estaban reservadas sólo para los
helicópteros. Cuando se lo plantearon a Manuel, lo primero que
hizo fue sacar cuentas en su memoria. Sabía que por el viento
los aparatos no pueden volar por la zona en las tardes. Además,
si se montaba bien, las mulas eran capaces de llevar objetos
más complicados. Fue midiendo en terreno la capacidad de sus
animales. Había algunos ejemplares que podían soportar los 150
kilos de un transformador.