TODO CHILE COMUNICADO

74 Como si estuviera en esos tiempos, Elsa ve en sus recuerdos a alguien que improvisa unas instrucciones. Algunos arman una camilla, que se desmorona cuando el peso del paciente no ha sido bien calculado, y que rehacen a la rápida, porque hay que partir hacia Corral por los cerros. Si hay suerte, será en las ancas de un caballo. Si no, el traslado lo harán otros hombres, en sus hombros, hasta llegar a Quitaluto, ubicado a los diez kilómetros más lejos, más inhóspitos y más escabrosos del mundo, donde con el favor de Dios habrá una camioneta que completará el viaje hasta el hospital en Corral. Si no..., mejor no pensar en si no. Así siempre se vivió en Huape. Cuando uno desembarca en Corral, después de un corto viaje en transbordador desde Valdivia, los letreros turísticos aún apuntan sólo a la izquierda, precisamente hacia Corral, hacia las playas, el fuerte y los bosques. Nada, ni por asomo, hacia la derecha, donde el camino ahora pavimentado se las ingenia para que el asombro de tener el mar inmenso acompañándolo a su lado no decaiga nunca. El cemento no le agitó la voz a la caleta. Siguen viviendo despacio, entre las mismas familias que levantaron el pueblo, los Díaz Vera, los Garrido, los Rivera, los Marabolí. Entre todos se las rebuscan con la pesca y, cuando llega el verano, trabajan la luga y la empaquetan para que se la lleven a la ciudad y la conviertan en jabones, perfumes y champú que conocerán en otras latitudes. Lo que sí se agitó con el cemento fue la llegada de la conectividad. El proceso se consolidó hace un par de años cuando la antena que se instaló en el pueblo le dio vida a internet y a los celulares en la zona. La escuela de Huape fue la primera en recibir esas señales. Y también donde, decíamos, se sintieron los primeros cambios. Pero no fue sólo en la sala o en el comedor. Fue en el patio, en un recreo, durante un partido de fútbol.

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