TODO CHILE COMUNICADO

71 “A veces hemos terminado a las once de la noche. Algunos pasajeros no quieren regresar montando y se bajan de la mula. Les digo que por último los voy tirando desde el caballo, pero tampoco quieren. Entonces, me pongo chúcaro y les digo que yo soy responsable de la gente que anda a caballo y no del gil que baja caminando. Al final, me piden disculpas, porque entienden que lo hago por seguridad”. Eso le ha valido acumular horas de viaje sin accidentes. La hoja estaría prácticamente limpia, de no ser por una equivocación que cometió hace unos años. Una sola. Pero fatal. “Esa vez, caí en el mismo error de otros arrieros. Por querer ahorrar, en lugar de llevar el material en más de tres animales, sobrecargué una mula. Íbamos rebién, subiendo despacio, pero en una vuelta, se me rodó. Por puro ir muy cargada”, recuerda. A Manuel no se le olvida, la sigue viendo por donde se le quedan pegados los ojos mientras cuenta la historia. Era uno de sus animales favoritos. “Se resbaló y rodó como un neumático, ladera abajo. Se reventó altiro y la sangre saltó para todos lados. Después no la vi más. Es triste ver su animal así, porque ellos me ayudan en todo, porque se podría haber evitado. Y quedé con esa cuestión. Yo no debería haber hecho el trabajo, porque no era para tres mulas sino para muchas más”. La lección no la ha olvidado. Como tampoco olvida cobrar más si es por asegurar a su piño. Ahora es capaz de subir otras cosas imposibles, como los fierros de las torres, que miden tres metros, o las antenas parabólicas, de un metro 40 de diámetro, siempre y cuando le respeten la carga que él decide. Esa fama ha hecho que, a sus 46 años, Manuel Aracena se dedique exclusivamente al acarreo de material para distintas empresas. A él, la llegada de la conectividad en la zona, le significó hacerse conocido. “Me facilitó la pega, porque si presto un buen servicio, me recomiendan. Me contactan desde distintos lados, por lo que me ha servido para los demás trabajos. La gente antes llegaba por dato. Ahora me llaman”. Desde entonces, y a veces seis días a la semana, debe subir a algún cerro para llevar gente, materiales o para hacer mantención. A lomo de mula, recorre Ovalle, Guanaqueros, La Higuera, Río Hurtado y Pisco Elqui. Lo que lo enloquece son las laderas más imposibles: “Mientras más empinado sea el cerro, más ganas me dan de subir. Cuando uno llega allá bien arriba, miro pa’abajo y veo todo tan, tan chiquitito que siempre me digo que no somos nada, maestro, nada, y que sin embargo, si queremos, podemos hacerlo todo”. 3 horas tarda Manuel en subir al cerro Las Mollacas “Mis mulas no cosquillean. Les puedo subir un viejo tocando la batería y no se van a asustar”.

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