TODO CHILE COMUNICADO

32 Alejandro pudo quedarse en Roma. Pero no encontró la conexión que sí tenía en su cerro en Nirivilo. Este escultor no usa bosquejos para tallar. “Todo está en mi cabeza”, dice. Y es entonces cuando se acuerda de la historia que le contó su madre, tantos años ya, mientras lo miraba, mientras lloraba. Al tercer día de haber nacido, Alejandro Augusto Cáceres Tejos recibió su primera visita lejana. Desde Linares, el párroco de la ciudad llegó hasta la casa patronal para comunicarle a la madre de Alejandro que él iba a ser su padrino de bautismo. La mujer quedó extrañada, pero no tanto como con el pedido siguiente: “Déjame solo con el niño”, le dijo el cura. Casi una hora después, ella entró a la pieza y lo encontró de rodillas junto a la cuna, con las manos alzadas, sudando, transformado. “En este niño viene algo muy especial, así que cuídenlo mucho. No le digan nada hasta que sea grande”, fue la recomendación. Por eso, cuando el niño de siete años entró al comedor con el Cristo recién hecho, la madre lo entendió como una predestinación. Tras ganar un concurso de esculturas en la UC de Talca, en 1978, Alejandro terminó por convencer al resto de la familia, tomó su nombre artístico y unos años más tarde viajó a Italia para ver en qué nivel estaba, considerando que ya desde entonces era un autodidacta. “Italia era muy atractivo en términos figurativos. Siempre ha sido la perfección en el dominio de la forma, pero nunca pude conectarme con que esas esculturas fueran obras de arte. Yo decía ‘qué lindo lo que hacen’, porque eran figuras bonitas, para

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