TODO CHILE COMUNICADO

101 en Chaihuín se usan en promedio 24 mil minutos de llamadas a la semana tocado hasta las fibras: lo que estas cuatro mujeres pretendían era rescatar una costumbre indígena que parecía desterrada. Ellas nunca habían recibido la tradición de sus ancestros, preocupados por mandarlas a estudiar a la escuela y esperando que fuera allí donde les mostraran sus raíces. A los pocos días, con palos y planchas de zinc, los maridos y parientes bajaron de los cerros para ayudarlas a levantar el local, instalado sobre los terrenos del abuelo de las Navarro con vista al mar. Ya lo habían hecho un par de años antes, cuando al grupo de chaihuininas se les había ocurrido armar una ramada dieciochera. Esa vez también montaron todo a puro pulso. Cocinaban con sus ollas, servían en sus platos, y cuando terminaban de preparar el menú ellas mismas atendían las mesas. Mientras las fondas abrían en la noche, ellas lo hacían de día. Negocio redondo. No dieron abasto. Al año siguiente, repitieron el capricho y hasta una banda de músicos se trajeron de Valdivia. El éxito las hizo pensar en serio. Fue entonces cuando Margarita junto a María Salomé Navarro, ya fallecida, tenían muy claro que lo suyo era rescatar los platos típicos mapuches, que lo suyo era funcionar como si fueran una orquesta, que lo suyo era juntar las manos del grupo y, por fin, tener su propio y anhelado restorán. Las mil manos rugosas de Margarita Huala están, literalmente, en su salsa. Una y otra vez, y al mismo tiempo, agarra una pizca de aliño, coloca aceite en un sartén, busca la tapa de la olla y le da vueltas a un batidor hasta que el caldo logre la consistencia deseada. De milagro, Leontina, Odilia y la otra Margarita no se topan en el mínimo espacio, mientras cada una en la suya, con sus propias mil manos acaloradas, prepara sus recetas para el almuerzo de ese día.

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