Chile desde el Aire
un puerto fluvial que dialoga con la Isla Teja, hoy otro sector más de la ciudad. Valdivia reconoce el río Calle Calle con una larga costanera bordeada de parques, desde el puente y hasta más allá de la confluencia de los ríos donde fue fundada. Distinto es el transcurrir de Osorno, la ciudad interior, que estuvo abandonada por siglos tras ser destruida en ataques indígenas. Su renacimiento fue el gran proyecto del gobernador Ambrosio O’Higgins en el siglo 18, un asentamiento modelo de la cultura ilustrada, de los más avanzados por entonces en toda América. Osorno había alcanzado a ser unas de las cinco ciudades más ricas de Chile antes de su destrucción en 1604. Entonces vino el olvido y la selva fría borró toda huella humana, hasta que el tenaz O’Higgins hizo buscar sus restos para volver a levantarla. En el mismo emplazamiento. Irlandés de origen, topógrafo de formación, O’Higgins apreció las llanuras amplias, los ríos caudalosos, la cantidad de lagos, la densidad de los bosques, los suelos fértiles y las termas de aguas calientes, paisaje coronado de varios volcanes nevados. La confluencia de dos ríos, el Rahue y el Damas, es una zona de grandes bosques que hoy se puede revisitar en el Parque Nacional Puyehue, donde se encuentran un extenso lago, termas y un centro de esquí. O’Higgins fue Marqués de Osorno. Si la Paz de Quilín había fijado la frontera en el río Biobío durante dos siglos, la Paz del Río de Las Canoas, celebrada aquí en 1793, abrió la Región de los Lagos con la primera empresa nacional de colonización. Fue parte de su ambicioso plan de escala territorial, que incluía repoblar Villa- rrica, Imperial y Angol, abastecer Valdivia y Chiloé con la producción agrícola de Osorno –el polo ganadero- y unir la zona con Buenos Aires para llevar las expor- taciones al Océano Atlántico. La región sería “el granero del reino” y exportaría sus productos a Guayaquil, Centroamérica y México. Debía ser una capital de la Zona Sur, el centro agropecuario y artesanal del Chile, con su propio oro (minas de Ponzuelo, en Río Negro) fundido en la misma ciudad. Es un testimonio notable de la cultura urbana y territorial que llega a América en el siglo 18, con la idea de que cada región debía ser autónoma, pro- ductiva y exportadora de sus excedentes para importar sus faltantes. Pronto comenzó el desmonte, la roza, la siembra, la construcción de corrales, galpones para madera y pólvora, el taller para hilados y tejidos. Llevó O’Higgins 98 familias de Colchagua y 26 del valle de Aconcagua, y también irlandeses expertos en telares y curtiembres. Lo organizó con un compatriota, Juan Mackenna, y juntos caminaron por el barro, vieron aparecer los primeros brotes de los cultivos, admiraron los blancos volcanes; Mackenna es quien continúa al irse O’Higgins, de virrey al Perú. En 1801 pudo informarle que la población se había duplicado, vendía su carne y trigo en Valdivia y Chiloé, contaba con dos molinos harineros y uno de chicha de manzana, además de un obraje para hacer tejas. Los pobladores más exitosos estaban comprando más tierras a los indios, los que aumentaban la población de la ciudad. Ya en la República un terremoto destruyó en 1837 la ciudad “irlandesa”; poco después, en 1846 comienzan a llegar los alemanes que construyen la nueva, el Osorno “alemán” de notable carpintería de madera en sus grandes casonas. El Movimiento Moderno inspiró una modificación a esa imagen, asociada especialmente, a las obras de dos Premios Nacionales de Arquitectura, Carlos Buschmann y Héctor Mardones Restat. El célebre “padre del paisajismo chileno”, el alemán Oscar Prager, aportó el sistema de plazas y paseos, patrimonio verde que hoy caracteriza a Osorno, muy claramente, cuando se le observa desde el aire. Temuco, fundada en el centro del mundo mapuche, hoy es la capital de la región de la Araucanía. Es el medio que Pedro de Valdivia celebrara como el mejor del país, la zona donde comienza el bosque austral de grandes árboles frondosos, con lagos y volcanes nevados, la tierra de lomas suaves y suelos fértiles. Este escenario fue el primer ambiente turístico chileno promovido internacionalmente y, según Pe- dro de Valdivia, “en el mundo no hay nada comparable”. De Temuco a la costa, el río era entonces ancho y navegable, enmedio del paisaje que el poeta Pablo Neruda recorre en su infancia e inmortaliza en sus obras. Hacia la montaña no son valles en V como más al norte -formados por aguas lluvias-, sino anchos y generosos en forma de U, tallados por pesados glaciares que trituraron rocas y tajaron acantilados. Así, dejaron espacios anchos y libres donde los ríos corren lentos y profundos. Este territorio, que conquistaron y luego perdieron los españoles -en 1599-, sólo se incorpora al territorio chileno con la “Pacificación de la Araucanía” ante la amenaza del autoproclamado rey de la Araucanía y la Patagonia, francés que argüía contar con apoyos indígenas. Ello activó la organización defensiva ma- puche encabezada por el lonko Quilapán coordinado con el lonko Calfucura en Argentina, pero casi al final de la Guerra del Pacífico el ejército nacional se mo- viliza hacia el sur con 5 mil hombres y 330 carretas, y los derrota. Entonces se funda Temuco en la ribera del Cautín, el año 1881, la ciudad que hasta hoy tiene la mayor presencia indígena del país. Antes de terminar el siglo 19 contaba con banco y hoteles, molinos y cervece- rías, casas exportadoras y clubes, casas de juego y periódicos en varios idiomas. El trigo y la corteza de lingue para curtiembres fueron los primeros productos en cargarse aquí en los trenes, junto con las maderas de roble, laurel y lingue. La fertilidad de la zona permitió que en este “granero de Chile” fueran miles las hectáreas plantadas de trigo y cebada, cultivos de una economía agroin- dustrial impulsada por técnicos franceses, españoles y alemanes. En las úl- timas décadas tuvo un ciclo industrial asociado a la remolacha azucarera, el
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