Chile desde el Aire

del desierto de Atacama, frente a un portezuelo andino para cruzar la cordillera y junto a un río navegable que la dejaría protegida pero con salida al océano. No lejos del Lago Budi, uno de los paisajes más espectaculares de todo el sur. Villarrica, cercana, habría de abastecerla de oro, en tanto Osorno sería el pel- daño siguiente hacia el sur, con la defensiva ciudad de Valdivia en similar latitud pero cercana al mar. Desde tierra ese sueño es invisible; se entiende mucho mejor desde el avión. Desde arriba se aprecia la visión lúcida de Valdivia, su comprensión profunda del territorio. Todo se detiene con los ataques mapuches del 1600, cuando los españoles pierden esta zona de aguas abundantes y deben desplazarse a la altura de Con- cepción, en cuya latitud se traza La Frontera que separará a europeos y ame- ricanos por casi tres siglos. Los fuertes de Arauco, Tucapel, Purén, Angol, vistos ahora desde el aire, son pacíficos pueblos insertos en el verde paisaje. Muy escasos eran los europeos, dispersos en pequeños poblados. Las ciu- dades no fueron monumentales en la Colonia ni impresionaron a los indígenas; se veían insignificantes frente a las majestuosas y blancas alturas andinas. El paisaje dominó sobre la obra humana y hoy, desde el aire, sigue siendo así. La vida en las estancias, con sus fiestas y productos, fue de mejor calidad que al interior de los pueblos. Al no haber grandes ciudades ni contingentes de mano de obra capacitada, como sucedió en gran parte de América, el conquis- tador debió ser aquí labriego y constructor, codo a codo con el indígena “amigo”, siendo “la construcción de Chile” un logro criollo, obra mestiza. En las Cartas de Valdivia al rey, más que de acciones de guerra o conquistas de territorios se habla de cosechas, de cabezas de ganado, de minas. A este país se venía a trabajar con esfuerzo, en un grandioso escenario natural, para crear una comunidad que, con esfuerzo, se forja en los siglos 16 y 17. El mapuche era parte de la sociedad, aliado o enemigo, pero parte del paisaje humano. De él se decía que era sobrio y voluntarioso, capaz de es- fuerzos heroicos y patriota, sereno ante el desastre y con sentido del orden, respetuoso por el derecho y acatador de la jerarquía. Para muchos autores, estos adjetivos son un sello de la historia del país. Como el oro faltaba en Europa, su presencia (en Marga Marga, Andacollo y muchos otros lugares), atrajo a piratas y corsarios. Es así como, en los paisajes de Chile, la principal huella material de esos siglos, tanto en La Frontera de Arauco como en la costa para protegerse del acoso extranjero ávido de oro, fue el signo militar. En el notable catastro del Padre Gabriel Guarda, el historiador benedictino, se describen 10 castillos, 158 fuertes, 39 baterías, 2 recintos mura - dos, 11 torreones. En Chile se construyeron más fortificaciones que en ninguna otra posesión americana, con un esfuerzo humano y material enorme y constante. Valdivia, “la ciudad de los ríos”, ocupa la confluencia del Calle Calle, el Cau Cau, el Valdivia y el Cruces. En su vecindad al océano, tuvo una destacada con- dición de puerto fluvial. Desde arriba se observa que su bahía marítima cuenta además con otros puertos, como Corral y Amargos. Es un mundo de aguas anchas, azules y verdes. El lugar de la ciudad es estratégico. Está cerca del mejor puerto marítimo y domina los valles del Calle Calle y del Cruces, con buen acceso a los llanos agrí- colas del interior. Una vez más, desde el avión se comprende mejor la gesta conquistadora, tan funcional a los hechos de la geografía: ¿Buscarían las alturas de los cerros para tratar de entender, los conquistadores? ¿Trazarían mapas en el barro, en el polvo, para articular los pueblos con sus entornos? La historia de Valdivia es original. Tras el descubrimiento del Cabo de Hor- nos, que abrió paso fácil a piratas y corsarios, decidió la Corona española trans- formarla en ciudad amurallada y baluarte marítimo que debía contener esas incursiones antes de que se acercaran al Perú. Así nacen los fuertes de Corral, Niebla y Mancera, en la rada, y el fuerte de Cruces río arriba. La única operación económica importante por entonces fue la explotación de las minas de plata de Traifalquén, cerca de Licán Ray, protegida por fuertes levantados al poniente de los lagos Calafquén, Panquipulli y Riñihue. Lugar de guerra, dependió muy directamente del virreinato de Lima hasta 1740. Entonces se vivió un nuevo impulso, de vocación ilustrada, para ordenar el territorio con fines más productivos. Por ello se entregan tierras a colonos, se construyen caminos hacia el interior y se refunda Osorno, ganadera y láctea, que proveerá a Valdivia de lo que carece. Más tarde, con la República, vendrán las campañas para atraer colonos euro- peos, especialmente alemanes, a impulsar la zona. Aunque los terrenos fiscales estaban junto al Lago Llanquihue, a Valdivia llegaron por su cuenta contingentes que llevaron la ciudad a un lugar prominente al comenzar el siglo 20. Refugia- dos políticos, intelectuales liberales, profesionales e industriales en algunos ca - sos venían con pequeños capitales para iniciar empresas; su aporte fue notorio. Puerto Montt, en cambio, se funda para organizar a los colonos campesinos que venían por gestiones oficiales del Estado. En la primera mitad del siglo 20, Valdivia llegará a ser el primer centro maderero del país. Con los Altos Hornos de Corral para desarrollar la industria siderúrgica, y varias empresas navieras que activaron un auge comercial, lograron un desarrollo que solo se interrumpió por la Segunda Guerra Mundial y el maremoto de 1960. La ciudad actual respeta su rico patrimonio urbano y cuenta con una actividad turística relevante, complementaria del prestigio cultural de la Universidad Austral y del Festival de Cine. Desde lo alto se observa que es una ciudad volcada al río, Z O N A C E N T R O 78 | 79

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