Chile desde el Aire
safío, cada grupo recuperaba su apreciada autonomía, en su animada geografía de rincones y rinconadas. La diversidad ambiental también se expresa en una economía variada; la caza continua de aves abundantes y la ocasional de guanacos, la ganadería de llamos, la recolección de una enorme variedad de frutos y hongos del bosque -varios de ellos de alto valor nutricional-, la pesca de río, los huertos familiares junto a las viviendas. La agricultura es horticultura, complementaria y asociada a productos de guarda para enfrentar el invierno cuando disminuyen o incluso desaparecen los frutos de los bosques. Por ello el cultivo de maíz y papas, po- rotos y zapallos, para completar el ciclo alimenticio. Es una producción básica, en que la acumulación busca cubrir las necesida- des del año y servir para el trueque con las etnias vecinas en la primavera; por ejemplo, para obtener la sal de la Cordillera Pehuenche. Su cultura del habitar se expresa en un pequeño conjunto de rucas que, en un claro del bosque y cerca de un río o arroyo -o laguna-, aprovecha la fertilidad de las vegas cercanas a cursos de agua y los productos del bosque. Es una cultura de adaptación al medio y no se traduce en innovaciones tec- nológicas. La creatividad, en cambio, se asocia a un conocimiento profundo y creciente del medio para extraer el máximo de sus beneficios. Es así como ge- neró una de las medicinas herbolarias más completas del mundo -se la ha com- parado con la china-, la que llega a clasificar los efectos de más de 300 especies según las propiedades de sus hojas, frutos, flores, corteza, raíces. Del mismo modo llegará a una senci- lla pero compleja vivienda o ruca constituida por 18 especies vegetales, las que cumplen roles especializados en la estructura, cielos, cubierta y otros, para lograr una óptima eficiencia bioclimática. La organización comunitaria funcionó como una suerte de tecnología social. El individuo no es capaz de alzar una ruca por sí mismo, pero un sistema de co- laboración tradicional permite seleccionar materiales, trasladarlos desde lejanas distancias –como fibras vegetales de lagos cordilleranos-, cavar el suelo para hincar los postes y trenzar las cubiertas vegetales, hasta que la unidad habita- cional está terminada y el usuario encienda el primer fuego, el que inaugura y sacraliza el espacio. El pueblo mapuche ha sido calificado como el de mayor energía vital de toda la América del ámbito hispánico, el más fuerte en su sicología, el menos sumiso y más libertario, lo que derivó en esa forma de vida independiente, no sometida a poderes centralizados. Cada individuo era autónomo, lo que impidió el surgimiento de una casta do- minante capaz de exigir la construcción de pirámides, templos, palacios y ciudades. Más que los dioses temibles de otras culturas arcaicas, es el individuo el que ocupa el centro de la cosmovisión; incluso, la intermediación del chamán o ma- chi es ocasional, en situaciones de crisis. En un rincón del bosque, cada uno era señor orgulloso de un mínimo reino independiente. Aunque los caseríos mapuches fueron destruidos ocasionalmente por los es- pañoles, y sistemáticamente durante la llamada Pacificación de la Araucanía a fines del siglo 19, la aparición reciente del etnoturismo justifica la investigación de este habitar y su arquitectura, como verdaderos documentos de ese pasado. Miles de familias indígenas habitan hoy en Santiago, la capital del país, con ingresos que duplican los de las áreas rurales de la antigua Araucanía, lo que acelera su migración a la ciudad e indica la obligación de pensar en facilitar esa transición, a veces nostálgica y dolorosa, muchas veces no deseada. Desde el avión, se advierten extensiones de pinares, a veces de miles de kiló- metros cuadrados, sin señales de presencia humana. Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile, supo valorar -junto al oro y la pla- ta o el cobre-, estos suelos fértiles y ríos caudalosos, y ese aire que celebró por su fresca limpieza y salubridad. Asimismo, observó de la fauna que casi nunca es peligrosa, en tanto la pesca siempre goza de variedad y abundancia. Si luego de su tiempo lograron los mapuche recuperar la zona de los mejores ríos, quedando los hispanos al norte del Biobío –La Frontera- fue justamente porque los indígenas sureños tenían esa cultura independiente, de pequeñas autonomías. A diferencia de México o del Perú de los incas, no fue posible des- cabezarlos; no había una cabeza dominante. Es curioso, pero también el habitar de los españoles gozó cada solar bajo la forma de una casa-huerto, con frutales y hortalizas en sus patios. Serán exten- sos los pueblos por este modelo, donde vivienda y plantación propias definen un espacio aislado. Lo urbano, entonces, también será semi-rural, un conjunto de casas huerto que se confundían en el paisaje, tal como los caseríos indígenas. Pedro de Valdivia pidió licencia para “poblar y descubrir” las tierras de Chile, y así fundar una nueva provincia para el imperio español. En la Araucanía quiso fundar la capital, entre ríos y lagos dejar la cabeza del nuevo territorio, en La Imperial, lugar equidistante del Estrecho de Magallanes y Desde el avión, se advierten extensiones de pinares, a veces de miles de kilómetros cuadrados, sin señales de presencia humana. Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile, supo valorar - junto al oro y la plata o el cobre-, estos suelos fértiles y ríos caudalosos, y ese aire que celebró por su fresca limpieza y salubridad (…)
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