Chile desde el Aire

Como ellos lo hacían, remaron desde el Archipiélago de los Chonos hasta la La- guna San Rafael, cerca de 400 kilómetros, gran parte por el Canal de Moraleda. Avanzaron en silencio, entre verdes islas pobladas de miles de aves, cada uno en su kayak. Apenas se detenían para encender una hoguera de tepu, la ma- dera milagrosa que enciende incluso mojada. Un gran temporal los alcanzó, pero antes pudieron ver la isla Cuptana, cuya montaña alta está siempre ne- vada. Se quedaron con esa imagen. En otra isla, donde se refugiaron, vieron aparecer a un indígena, un chono llegado de otro espacio tiempo. Telo Nitro era su nombre, recolector de choros zapato, quien los llevó a su choza donde ahumaba mariscos. Recuperados tras su gesto hospitalario, entrados en calor nuevamente, siguieron remando hasta entrar finalmente en la Laguna San Rafael, lugar donde los hielos flotan - tes son tan azules como el agua. Tres etnias principales poblaron este sur del mundo, los canoeros alacalu- fes y yaganes (kaweshkar y yámanas), y los cazadores selknam (onas). Más al norte estaban estos chonos, los txon. Aunque se les considerara arcaicos, todos supieron emocionarse con los paisajes más notables y cada hito lo elevaron a la condición de lugar sagrado. Asimismo, para escoger dónde instalar sus campamentos – toldos de cueros-, la belleza del paisaje fue siempre su mejor guía. El lugar de sus asentamientos ancestrales tiene esa regla; con vista a los hitos naturales más majestuosos. Estas etnias llegaron a conocer todo su territorio, cada rincón, a ojos ce- rrados. Incluso, bajo el agua. Es el caso de las mujeres kaweshkar, las que se sumergían semidesnudas en las heladas aguas australes, puñal de piedra al cinto, para emerger chorreantes e indiferentes a la lluvia. Hacían redes de fibras vegetales, o de sus propios largos cabellos, y eran ágiles nadando pero lentas en tierra, de tanto estar en cuclillas en las canoas, avivando el fuego. Hay conchales enormes que dejaron a su paso, algunos con restos de hace más de 10 mil años. Los yámanas, en cambio, eran de bordemar; cazadores de grandes mamí- feros marinos, como lobos de mar, a los que alanceaban desde sus canoas. Los selknam se desplazaban por toda la Tierra del Fuego, con sus flechas y boleadoras, tras las manadas de guanacos. Divididos en 40 tribus, cada una controlaba una parte de ese territorio, parte que era el soporte vital y simbólico del grupo. Sus pinturas corporales evocaban algún rasgo de algu- na especie de ballena, orca o delfín, los seres que los comunicaban con el mundo invisible. Resilientes de la Fase Temprana del Paleoindio americano, exploradores de las primeras tierras que emergieron tras los deshielos, debieron sobrevivir al frío, a la escasez de recursos, a la presencia de milodones y pumas, a feroces cánidos también, sin más herramientas que unas toscas cuchillas de piedra u obsidiana. Hernando de Magallanes, y los siguientes europeos, solo iban de paso, aterrados ante lo desconocido. El propio navegante portugués consultaba a su astrólogo, An- drés de San Martín, cada vez que debía aventurarse sin saber qué encontraría más allá. Lograron seguir de largo, hasta cruzar todo el Océano Pacífico, los primeros. Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile, es el que aporta el territorio austral al país; su gobernación llegaba hasta el Lago Ranco solamente, pero, tras seis años de solicitudes logró que se le sumara el extremo sur americano. Si la nación controlaba el Estrecho, calculó, tendría las llaves de paso entre los dos grandes océanos y podría comunicarse directamente con Europa. Contó para ello con el apoyo de los reyes hispanos, inquietos por la pre- sencia de piratas ingleses, franceses y holandeses, interesados en entrar al Mar del Sur, el Océano Pacífico, para asaltar sus puertos y a los galeones cargados de oro que zarpaban desde El Callao o venían desde Manila. Era bueno que el Estrecho fuera controlado por una nación, responsable de controlar ese paso. Bajo las órdenes de Valdivia, Hernán Gallegos atraviesa el Estrecho en 1553, hacia el este, demostrando que era posible unir por vía marítima el sur de América con Europa. Francis Drake lo cruzará en 1578, para atacar varios puertos españoles del Pacífico. Otros lo seguirán, como el bucanero Bartolomé Sharp, quedando los Z O N A S U R 18 | 19

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