Chile desde el Aire

Arica tiene un pasado glorioso, que cuesta imaginar en su sobrio presente. Fue aquí donde se embarcaban las portentosas cargas de metales nos que bajaban desde las minas de Potosí, por toneladas y más que en ninguno otro lugar de Sudamérica. Aquí estaban las pesas de las Cajas Reales, calculando los porcentajes que debían ser cedidos a la Corona hispana. Maquinaria derivada de la Revolución Industrial, y capitales de chilenos, in- gleses y peruanos, impulsaron aquí un polo de expansión del capitalismo mun- dial, con intereses cruzados que finalmente estallaron en la Guerra del Pacífico -de 1879 a 1884-, la que traspasó a Chile su soberanía. La rada de Iquique, donde se produjo el hundimiento de la chilena Esme- ralda en esa guerra, y la muerte heroica del capitán Arturo Prat, dejaron a esta ciudad inscrita en el imaginario chileno, con Prat como su héroe máximo. Valioso y de interés turístico es su casco histórico, donde confluyó el pino Oregón de California con técnicas constructivas inglesas, adaptadas al clima de la zona, para crear una arquitectura de refinada madera en balcones y balaustres que aportan ejes sombreados a los transeúntes, a salvo del sol del desierto y favorecidos con la brisa marina. Justamente, debido al clima del desierto, son los interiores su mayor riqueza; frescos y ajardinados, cada casa cuenta con su pequeño oasis en torno al cual se hace la vida familiar y la social; desde el avión el verdor tras las fachadas alegra la vista. En 1960 se estableció una zona patrimonial protegida, la que incluye a la Avenida Baquedano y la Plaza Prat. El aumento de la inmigración es fenómeno nuevo. En años recientes del siglo 21, de países cercanos han venido miles de sudamericanos que han cambiado el paisaje humano. Iquique es ahora una ciudad cosmopolita, donde bolivianos, peruanos y colombianos se radicaron en altos porcentajes. Internacional es también el ambiente en la Zona Franca, un mercado libre o Duty Free de 1.700 locales; construido en 270 hectáreas, es el más extenso de Sudamérica. La antigua comunidad china, que llegara al desierto un siglo atrás, ha prosperado con el nuevo comercio. Las largas playas de Iquique, con sus olas aptas para el surf, gastronomía marina y la atracción del desierto que aquí se encuentra con el Océano Pacífico, atraen viajeros de países lejanos. Hoy, junto a la minería, el comercio y la pesca, el turismo es otra fuente importante de ingresos para esta región. La clara estructura del Morro de Arica anuncia ya la cercanía del fin del te- rritorio chileno, cerca de la desembocadura del río José que, tras aportar sus aguas a la fértil cuenca del valle de Azapa, se introdu- ce en el mar. Las Cuevas de Anzota, vecinas, nos hacen sentir que ya hemos completado el tercer vuelo del territo- rio chileno. Con notables y majestuosas formaciones de eras geológicas preté- ritas, los visitantes de hoy las recorren sobrecogidos, como si se tratara de una tierra sagrada, tal como de seguro lo fue; al igual que las cavernas similares de la lejana Patagonia, a más de 4 mil kilómetros de distancia. Estamos en el final. Planean gaviotas diversas, otras clases de aves menores, aves de rapiña en lo alto, mientras abajo leones marinos y chungungos asoman sus lomos lustrosos. Poco más allá, la frontera. Arica tiene un pasado glorioso, que cuesta imaginar en su sobrio presen- te. Fue aquí donde se embarcaban las portentosas cargas de metales finos que bajaban desde las minas de Potosí, por toneladas y más que en nin- guno otro lugar de Sudamérica. Aquí estaban las pesas de las Cajas Reales, calculando los porcentajes que debían ser cedidos a la Corona hispana. Cor- sarios ingleses, piratas holandeses, soñaban con la fantasía de repetir la sus - tracción de Francis Drake: llevarse a la rastra un barco completo, ya cargado. Tras el traspaso de la región a la soberanía chilena, luego de un tratado de 1929, sucesivos gobiernos la apoyaron para darle un destino autónomo, al mar- gen de ser puerto de salida de toneladas de cargas que descienden en camiones desde las alturas de Bolivia. Finalmente, la condición de Puerto Libre, y la creación de una Junta de Ade- lanto, le dieron un aire contemporáneo aún visible; las avenidas costaneras, las Z O N A N O R T E 182 | 183

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