Chile desde el Aire
fue el descubridor del salitre de la zona y también el impulsor de la Sociedad Exploradora del Desierto de Atacama. Empresas asociadas de ferrocarriles, y contratos con navieras para que se de- tuvieran ahí a cargar, activaron la desolada zona. El anuncio del gobierno de Bo- livia, de subir los impuestos más allá del Tratado de 1874, fue una de las causas de la Guerra del Pacífico, tras la cual la región quedará bajo soberanía chilena. Ossa, infatigable, murió navegando en una goleta hacia las Islas Desventuradas, frente a Chañaral. Explorador hasta el fin. La gran minería, al interior, en aumento en el siglo 20, hizo de Antofagasta un polo nacional relevante, donde ahora llegan ejecutivos, ingenieros de minas, empleados y trabajadores del cobre que vienen por semanas alternadas según sus turnos; para muchos, es una ciudad dormitorio. Hay otro fenómeno inesperado en el desierto, el de los salares. Son cuencas de lagos extintos hace millones de años, las que bajo la dura y blanca costra salina conservan humedad. La mínima fauna, y también los seres humanos, se instalaron en su entorno hace miles de años. Arbustos y cactáceas, camélidos (alpacas, llamas, vicuñas), aves y roedores, conviven en esos espacios mínimos. Aunque sea escasa, la vida logra mantenerse en antiquísimos poblados resi- lientes como Chiu Chiu y Toconce, Caspana y Ayquina, Turi y Lasana, Toconao y Socaire. La papa en las tierras más altas, y el maíz en las bajas, les permite completar su dieta alimenticia, la que incluye frutos de algarrobo y chañares. San Pedro de Atacama es, hace siglos, destino de viajeros que se desplazan cientos de kilómetros; aunque sea lugar pequeño, es paradero milenario. A los pies de las altas cumbres tutelares de la Cordillera de los Andes, junto a un oasis, era hito obligado en las rutas que avanzaban por el despoblado de Atacama. Guy, en el avión, alcanza a distinguir los caminos que ahí confluyen. El eficiente uso ancestral del agua permitió la creación de la original Cultura de San Pedro, la que les aseguró cultivos de maíz, porotos y papas, base de una economía que incorporó la extracción de sal y cobre y luego la creación de una metalurgia y una cerámica distintivas, además de cestería y coloridos textiles de buena factura. Algunos de sus productos -charqui, harinas, piedras semi- preciosas-, les permitieron relacionarse con lejanos asentamientos mediante caravanas de llamos desde y hacia Tiwanaku, el noroeste argentino e incluso la selva amazónica, interacciones que los enriquecieron culturalmente. Florece esta etnia del 300 al 900 D.C, cuando alcanzan su apogeo creativo. Hoy es el turismo, lo nuevo que han incorporado a su vida. En los géiseres de El Tatio –aquí está uno de los ocho mayores centros geotermales del mundo-, con aguas de virtudes y beneficios medicinales, es el Consejo de los Pueblos Atacameños el que se ocupa de administrar ese fenómeno de la naturaleza. Hay una docena de aldeas cercanas de la misma etnia, incluidas en una es- trategia de desarrollo indígena integral. Es su ambiente, que incluye viviendas, camélidos, vestimentas y cultivos, lo que día a día visitan los estudiosos y los turistas. El lago Chaxa con sus rosados flamencos, las peculiares formaciones rocosas del Valle de la Muerte, el Valle de la Luna y la precolombina aldea de Tulor, hacen de San Pedro y sus alrededores un destino en auge. En años re- cientes se han levantado varios hoteles de lujo en sus inmediaciones, en tanto algunas de las viviendas locales de adobe, sencillas pero cálidas y acogedoras, se reciclan como hostales para viajeros de menos recursos. Baquedano y Calama son centros de operaciones del interior, especialmente esta última, ciudad asociada al cobre de Chuquicamata, la mayor mina mundial a tajo abierto. Desde el aire se puede ver, claramente, su forma de anfiteatro. Entre el río Loa, la precordillera y el desierto, Calama nació en la vecindad del más extenso oasis de la región, uno que lentamente ella misma comenzó a devorar. Estaba en un punto estratégico, señalado por un encuentro de dos Caminos del Inca. En tiempos republicanos, Bolivia la destacó como centro administrativo de la región. Tras la Guerra del Pacífico, ahora con soberanía chilena, la influencia inglesa en el salitre comenzó a ser reemplazada por la norteamericana en el cobre, pero conservando Calama su condición de centro de operaciones; eso sí, el oasis pagó el precio de importancia, de 4 mil hectáreas al iniciarse el siglo 20, lo terminó con 800. En años recientes se ha despertado la preocupación por su paisaje urbano, caótico y modesto, indigno de su importante rol eco- nómico nacional. Chuquicamata –a solo 16 kilómetros de distancia-, junto a La Exótica y El Abra, son tres partes del mayor centro cuprífero del mundo; Calama es su ciu- dad de servicios. El litio es expectativa futura de la zona, material estratégico para fabricar las baterías de los vehículos híbridos que aumentan de año en año –preferidos por reducir las emisiones de carbono-, y también para elaboración de teléfonos ce- lulares y otros productos tecnológicos. Iquique, en la costa, es otra de las ciudades que nació y creció al servicio de la minería; en su caso, portuaria, al borde del desierto. También ocupa la estrecha franja del borde litoral, que apenas deja espacio libre al pie de los faldeos de la Cordillera de la Costa. Lejana de todo en sus inicios, desde Valparaíso -a 1.400 kilómetros- se traía hasta el agua, junto a los alimentos y la madera para las construcciones; en ella levantaron sus grandes mansiones los mineros más afortunados. Falta de población en sus inicios, a mediados del siglo 19 y todavía bajo soberanía pe- ruana, desde Macao se trajo mano de obra china que hasta hoy se distingue en las calles de la ciudad. Por sus extensos yacimientos de nitrato y plata, pronto llegaron docenas de aventureros de todo el mundo.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MTM0MjI4